Del Bicentenario y del Centenario

"La Revolución es la Revolución", Leopoldo Méndez


Vivimos, hoy, un episodio sombrío en la Historia de este país. Las columnas de los diarios, los estadísticos del INEGI y un malestar no manifiesto –pero sí generalizado- en el grueso de la sociedad nos golpea con superlativo encono. Se carece de un modelo económico ad hoc que, de manera eficaz, saque al país de su estatismo; se ha perdido también el sentido de identidad y poco nos falta para convertirnos en nauseabundos micos de la “cooltura” estadounidense. Los valores más vitales se han sustituido, casi sin advertirse (he allí la gravedad), por antivalores cuya veta se halla en los arquetipos de vida de la sociedad de consumo de esta era globalizante. Los llamo valores vitales porque toda moral ha de estar encaminada a la exaltación de la vida; no puede ser –por ejemplo- que los textos de Nietzsche, por citar un ejemplo, sean reinterpretados con visiones pesimistas y que esa visión se imponga, hundiendo así –a los más jóvenes- en una cooltura tanatoide y desmoralizante que tiende a la configuración de espíritus enclenques siempre al borde del suicidio, siempre ajenos a su exterior, siempre débiles, siempre manipulables, siempre emo’s. No niego, por ejemplo, la belleza en el arte gótico –yo misma soy voraz lectora de literatura gótica, amante fiel de los poetas malditos, una romántica irredenta perdida en el siglo XXI- mas no es posible que transformemos este arte en la depresión de nuestras vidas o en una especie de sucedáneo de nuestras miserias. Como si ya fuera imposible gozar de la tristeza y ser feliz al mismo tiempo. Yo me niego a hacer del arte una morada de desahuciado.


Pero esta es sólo una de las tantas formas en que hemos perdido vitalidad. Sea ésta, inclusive, la más digna. Hay otras más lastimeras. El punto es que hemos construido una urdimbre de falsa vitalidad en la que colocamos todas nuestras aspiraciones y nuestros anhelos (de incompleta factura individualista) y hemos perdido la capacidad de establecer la más auténtica conexión –la más vital, la primigenia- con nuestra Tierra y con nuestro entorno. Ya no sabemos, a veces, por qué estamos aquí; si trabajamos para vivir o si vivimos para trabajar; si es admisible vivir hacinados en las grandes urbes cuando existen vastos e inexplorados territorios, fulgentes de virginidad.


Vivimos una suerte de confusión moral que nos anega en un corcovado extravío; esta confusión es la que nos hace adoptar anti valores por valores; esta confusión se expande desde los mass media hasta nuestros hogares, haciendo presa fácil de aquellos que han abdicado al uso de su pensamiento crítico. Una confusión moral que se vuelca contra la vida misma, sumiendo a nuestras vidas en un absoluto estado de indefensión. Y aquí, la política y sus corruptores y sus protagonistas y sus hacedores son, tan sólo, una de las tantas expresiones en que dicha confusión moral se hace manifiesta. Así, por ejemplo, las muertas de Juárez, los adolescentes de Juárez, el futbolista injuriado con un balazo en la cabeza, la militarización del país, la artificial lucha contra el narco, etc. no son sino resultado de haber renunciado –hace mucho tiempo- a una moral vital (la que sea, pero una que aspire a la vida y no a la muerte).


Son también anti valores la “libertad de consumo” (a la que se la confunde con la LIBERTAD –así, con mayúsculas) y la “opinión pública” que se homogeneiza desde los mass media y que se infiltra en nuestros hogares camuflada, haciéndose pasar por la VERDAD (ya no por la realidad). La adopción de estos dos antivalores como criterios de vida es algo que debería horrorizarnos a todos.


Es absolutamente urgente desterrar a ambos antivalores ¿Por qué? Porque: 1) Ya no sabemos qué es la libertad y, por ende, padecemos una atrofia que nos impide determinar si somos o no libres (¡esto es gravísimo!) 2) Hemos dejado de atesorar la verdad, esto es, ya casi no es importante discernir -con toda honestidad- entre los hechos objetivos y lo que se dice de éstos (ya no se diga, ni siquiera, adoptar una actitud científica, incapaz de aceptar nada mientras no se pruebe su fiabilidad). Yo creo que ésto explica el por qué, para varias personas, es muy fácil recurrir a la mentira (tan aborrecible para mí) a fin de auto redimirse de sus responsabilidades. Y ésto último se ha visto recrudecido ante la propagación –por los medios más pueriles- de un relativismo ético que, haciendo uso del sofisma, niega la posibilidad de una verdad moral apelando a la supuesta imposibilidad epistemológica –llamada escepticismo- que, en resumidas cuentas niega la posibilidad del conocimiento arguyendo que no es posible que el hombre –con sus medios: los cinco sentidos- pueda acceder al conocimiento último de las cosas. Como si siempre existiese una pared de por medio entre el sujeto cognoscente y el objeto de conocimiento. Ergo, si el conocimiento es inaccesible a nosotros o sólo parcialmente accesible –recita el escepticismo-- resulta imposible determinar la verdad. Y he aquí que bajo esta endeble proposición epistemológica es que se ha erigido el extravío moral de nuestro tiempo, el espíritu de nuestra época.


Pero es el primero de estos antivalores el que supone –al menos para mí- una especie de ausencia de conciencia histórica que nos impedirá contemplar el más profundo valor y significado de las acciones de los hombres que nos dieron patria hace cien y doscientos años. Porque si nuestro concepto de libertad es un concepto errado, ¿cómo podremos determinar si la libertad por nuestros héroes conquistada es la libertad de la que hoy gozamos? Y si –como sostengo- no somos auténticamente libres, entonces ¿qué hay que celebrar?


[Lanzo la siguiente trivia: pertenecer a un modelo de libre mercado y poder comprar lo que quieras cuando se te antoje y hayas acumulado, claro está, el suficiente dinero para hacerlo, ¿te hace verdaderamente libre? Ir a donde quieras cuando tú quieras, siempre y cuando no sea ir a “Los Pinos” a exigirle a Calderón que renuncie, ¿te convierte en un ser auténticamente libre? ¿Realmente haces y vives como quieres o haces y vives según tus circunstancias? Y más aún, ¿es posible ser libres? ¿Es verdad que la libertad yace en nuestras mentes y que, aún cuando existan prisiones materiales, la mente se conserva libre? Y ¿qué pasa si no sólo nuestro cuerpo, sino también nuestra mente, están aprisionados?]


En cuanto al segundo antivalor, no sólo nos impide conmemorar con dignidad ambas fechas, sino que aleja a vastos sectores de la sociedad de una auténtica conmemoración de las mismas. Lo considero así porque hoy pululan historiadores de TV (muy buenos como historiadores, malísimos como filósofos) que preconizan el abandono de una visión solemne de nuestra Historia, arguyendo alocuciones tan erradas como las que consideran que demeritar el valor de las hazañas de nuestros héroes equivale a ser crítico o que pretenden hacer creer que una devoción respetuosa por nuestros héroes es sólo digna de mujeres y hombres fanáticos o ignorantes.


En relación a mí, lo diré abiertamente: me rehúso a admitir cualquier interpretación de los acontecimientos acaecidos en 1810 y en 1910 que pretenda desmitificarlos. Abrazo mi Historia con afán romántico sin que por ello no sepa –como de facto lo sé (lo sabemos)- que nuestros héroes eran hombres de carne y hueso.


Concluyo con esto: El nacimiento de México ha sido tan duro –México, en mi opinión, aún no termina de nacer- que lo peor que podríamos hacer es olvidar la Historia que nos precedió y sumirnos en el desencanto. Esa visión romántica a la que apelo para contemplar nuestra Historia, nada tiene que ver con los fanatismos del comunismo o de régimen totalitario alguno; tiene que ver con la necesidad de otear -a cada momento- la grandeza moral de todos esos hombres que dieron su vida en aras de un cambio de paradigma y que no es posible que tal dádiva sea inútil, pues de nosotros depende reivindicarla en su justo y exacto valor.


Así, con este post, llamo no a la celebración (el panorama actual deja poco que celebrar), sino a la conmemoración.


En la siguiente entrega sobre el mismo tema, expondré los detalles de mi programa de conmemoración de estas fechas…

7 comentarios:

    Puntual e impecabele la reflexión mi apreciable Eleutheria, misma que comparto,poco si no es que nada habría que festejar, más bien deberíamos realizar un profundo ejercicio re revisión historica para ver que hemos hecho mal, creo que las respuestas no serán dificiles de encontrar...

     

    Hola, aquí devolviéndote la visita. Muy buen blog. Yo también quisiera tener a veces una visión romántica de los héroes, pero temo que a veces me gana el cinismo. Tengo en alta estima, sin embargo, a Morelos, a Zapata y a Felipe Carrillo Puerto.

    Saludos!

     

    Así es Ciudadano. Y no es que tenga algo en contra de las fiestas, simplemente creo que, mucho antes de celebrar cosa alguna, es necesario hacer una revisión crítica de lo que ocurrió en dichos períodos y cómo es que ello repercutió en nuestra configuración actual.

    En fin, idealizo demasiado y hasta quizá luzca demasiado docta mi propuesta. No lo sé. A pesar de ello, es esto lo que pienso.

    Saludos...

     

    Felipe Carrillo Puerto, conozco poco de él. Ya lo tengo anotado (buen pretexto para revisar su biografía).

    Saludos Ego.

     

    Yo por mi parte, Ego, te menciono a otro Felipe egregio (no de apellido Calderón, claro está): Felipe Ángeles.

     

    La parte que anima a la reflexión de los centenarios la secundo. De hecho, desde hace años que tengo esa bandera bien alzada. Los libros de Catón sobre Hidalgo, Iturbide, Maximiliano y Juárez son bastante enriquecedores, para no hablar de las nuevas biografías de Villa y Zapata por Taibo II y Palou, respectivamente (aunque también hay que leer a los extranjeros (Katz y Womack) que escribieron obras bien conocidas y respetadas en sendos asuntos, respectivamente también).
    Mucho qué leer, mucho qué discutir y por medio del diálogo informado, de la reflexión aguda, poder ayudar a este país a dar un paso más, otro paso decisivo en dirección la madurez sociopolítica.
    Yo no estoy de acuerdo en que México aún no nace. Claro que sí y ahí está la Guerra de Reforma para demostrarlo. En esa Guerra es cuando en realidad se termina de consumar la Independencia: la Iglesia, poder extraño y extranjero de origen, ya no es dueña más de más de la mitad de México y es en el pueblo mexicano donde comienza a residir la decisión de su destino. Sí, después han venido muchas tribulaciones y contratiempos. Por eso, estoy contigo, en exhortar a avanzar en este sentido, como pueblo, como nación.

     

    Hola Gustavo, tu mensaje me hace recordar las siguientes palabras con las que Francesco Ricciu inicia el libro "La Revolución Mexicana":

    "El México contemporáneo es el producto de tres acontecimientos revolucionarios: La Revolución de la Independencia (1810-1821), la Revolución de la Reforma (1854-1867) y la Revolución mexicana (iniciada en 1910). La primera emancipó al país del dominio colonial español; la segunda proclamó la libertad de conciencia y el laicismo; la tercera ha puesto en marcha un proceso regenerador para la conquista de la democracia".

    Si te digo que estoy profundamente de acuerdo con estas palabras, te estoy diciendo también que estoy totalmente convencida del nacimiento de México en tanto nación soberana. Entonces, haces bien cuando dices no secundarme cuando digo que México aún no nace (aunque, en realidad, lo que dije es que aún no termina de nacer); haces bien porque –ciertamente- México ha nacido ya. Sin embargo, tengo la impresión de vivir un viaje en reversa: si México fuera un bebé recién nacido, uno esperaría verlo cumplir en poco tiempo los tres años y, en vez de ello, paréceme verle querer regresar (estar regresando), nuevamente, al seno materno, a su condición de feto.

    Me explico. Las tres revoluciones referidas por Ricciu forjan el carácter de nuestra patria y su devenir. El verdadero nacer, sin embargo, lo veo con el período cardenista y a pesar de que el avilacachismo, el alemanismo, el ruizcortinismo y el lopezmateísmo no se comparan con el cardenismo, fueron sexenios medianamente estables para el país (a un costo imperdonable, claro: la sujeción económica a EUA). Los siguientes dos sexenios llevan la impronta del genocidio y el sexenio lopezportillista vivió el embate monetarista de una forma tan infame que todavía creemos que López Portillo fue el culpable de ésto (en mi opinión, sólo en una fracción menor). Llega de pronto De la Madrid y, con ello, la inserción al libre mercado (con la entrada de México al GATT). Allí -y no en otro punto- fue cuando México no sólo comenzó a dejar de crecer, sino que comenzó a decrecer, a involucionar. Pero la de los 80’s no fue nada más una mala década para México; lo fue también para Brasil, Chile, Argentina y Venezuela (la llamada “década pérdida de América Latina”). A pesar de ello, salvo quizá por Argentina (y México) el resto de las naciones latinoamericanas han comenzado un nuevo período de renacimiento. Nosotros aún no tenemos eso. Y no lo tenemos por dos cosas: 1) Un pueblo polarizado, alienado y falto de una conciencia de su tiempo 2) Un gobierno digno representante de dicho pueblo: tecnócrata, neoliberal, oligofrénico.

    México -ya no como nación- sino como sociedad pensante, tiene que volver a nacer. Ese era el sentido de mis palabras. Mas, en un sentido más crítico yo me pregunto ¿no es verdad también que nuestra soberanía –y su concepto- están ahora en crisis?

    Hecha la aclaración, te dejo un saludo…

     

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