Adelaida

Vague / E la nave va, Anouar Brahem Trio. CD: Le Voyage De Sahar

Adelaida atraviesa la calle montada en su bicicleta, el piso aún yace mojado, la atmósfera del aire es húmeda

Adelaida frena por un instante, mira a ambos lados, el graznar de las aves viaja hasta sus tímpanos.

Adelaida emprende de nuevo el viaje, comienza a pedalear. Es el mes de Octubre, los niños –abrigados- corretean por las aceras y enormes pelotas de colores inundan el paisaje de la ciudad.

Adelaida enjuga las mejillas de su rostro, tibias lágrimas le tomaron por asalto. Al final de la calle –en perspectiva- se yergue la montaña que solía escalar en sus días de infancia. Ningún recuerdo, ni siquiera las vacaciones en la casa veraniega, han causado mayor impacto en su memoria: la certeza de que existe el camino a casa, que hay un lugar, una callecita estrecha perdida en algún vecindario, en algún pueblo, que la remite al hogar añorado.

Adelaida escucha el latir de su corazón, un tamborileo leve, casi inaudible, que recorre todas sus extremidades.

Adelaida esboza una sonrisa y, el viento, -agradecido- golpea su rostro. Y es tal la fuerza, que la hojarasca completa del otoño la envuelve en un pequeño remolino de polvo y malva.

Sigue pedaleando, asciende por las laderas enchapopotadas de esa gran cima, llega a la punta y allí se queda; suspendida en ese punto, su coordenada, su espacio a la medida; donde el vacío se llena de quimeras y la libertad no se vuelve añicos. Toma una tiza lapislázuli y, dibuja –a sus pies- al infinito mar, se tira un clavado desde el nuevo risco que le acaba de nacer a la montaña; se sumerge en él y no vuelve a salir. Las horas se han acabado, la Luna lo abarca todo, la profundidad del océano –su atávica oscuridad- le ha envuelto el cuerpo.

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