Réquiem por un voto muerto


1era. Entrega


La coyuntura me inflige postear al respecto. 


Estamos próximos a votaciones federales; se renovarán las cámaras de diputados y senadores tras este ejercicio que ficciona democracia.


 

Tres corrientes de pensamiento campean en la ciudadanía:

 

1)               Emitir el voto –aunque sea por el menos peor- ya que, de otro modo, seríamos cómplices –por abúlicos- de este perpetuo estado de corrupción política.

2)             No votar porque al votar estamos, tácitamente, legitimando a la institución mexicana (IFE) que, oficialmente, dirige, administra y coordina las campañas políticas, las elecciones federales, locales y municipales y, finalmente, el conteo de los votos.

3)             Votar nulo. Porque votar nulo es también una actitud política.

 

Dichas corrientes –todas- por más que diverjan en la forma, son semejantes en el fondo. Y el fondo es que la sociedad mexicana padece, en este momento, un agudo desencanto por la forma en que se hace política en su país.

 

¿Es esto gratuito?

 

No, nada de esto es gratuito. Sus orígenes –si seguimos la Historia- se remontan a varias décadas de corrupción política del estado mexicano. Corrupción que ha alcanzado su culmen con el arribo de las políticas neoliberales que se han venido impulsando e implementado desde que México entra oficialmente al GATT –y con ello al libre mercado- en 1986.

 

Pero, si acortamos un poco la memoria histórica y retrocedemos tan sólo un par de años, el antecedente más inmediato de este desencanto se halla en la Elección Presidencial de 2006. Probablemente, la más fraudulenta –por descarada- de todas las elecciones que se han vivido en mi país.

 

El aparato mediático, la maquinaria financiera, las grandes corporaciones transnacionales y el populacho ignaro –todos- unidos, desde la lógica de la invectiva, contra el candidato no oficial.

 

En realidad, Andrés Manuel López Obrador fue el candidato de las corrientes más progresivas de este país, pero sobre todo –y esto fue lo que realmente puso en jaque al status quo mismo y lo que, en consecuencia, alertó a sus agentes- Andrés Manuel López Obrador fue (y yo diría: “es” porque si congelamos la Historia y tomamos una instantánea, volveremos a ver abarrotado al zócalo de la Ciudad de México, llenito todo del pueblo injuriado, rabioso, vulnerado, engañado) el candidato del pueblo.

 

Las Elecciones presidenciales de 2006 constituyen la prueba empírica irrefutable que, traducida en axioma, reza: Este país hermoso, rebosante de recursos y de gente trabajadora es rehén de unos cuantos señores “aristócratas” del CCE, de televisa –la cuna de la naquedad en México-, de grupo modelo, de Bimbo, lacayos de “daddy USA”, devotos del monetarismo friedmaniano, fanáticos del consenso de Washington, oligofrénicos de nacimiento, etc. Que, con telenovelitas y fútbol de quinta, tienen presa a mi país, a mis congéneres, a mis coterráneos.

 

Y bueno, la herida histórica que no termina –ni terminará nunca de cicatrizar-: Andrés Manuel López Obrador gana las elecciones presidenciales de 2006 con una amplia victoria. Cierran las casillas, la ciudadanía -lista ya para celebrar el triunfo- se arremolina en el zócalo y en las plazas públicas de las diversas provincias que conforman a nuestra nación con el propósito de recibir el triunfo. Los resultados comienzan a retrasarse: el algoritmo computacional que, huésped de la UNICOM del IFE, se activaba cada cierto período de tiempo a fin de asignar los votos de Andrés Manuel al candidato de la neoderecha. Tres días después un veredicto a todas luces apócrifo: el triunfo, el robo de una elección. Las huestes de Elba Esther Gordillo, la injerencia que tuvo Hildebrando –empresa del cuñado incómodo- en la programación del software utilizado para el cómputo de los votos, el desafuero, el complot, Fox y el cambio de jinete, las papeletas halladas en el bordo de Xochiaca, las irregularidades en los paquetes electorales, las protestas de los académicos de la Facultad de Ciencias de nuestra Universidad Nacional ante la flagrante irregularidad que empañó la elección, las encuestas sin valor muestral fidedigno, la campaña del miedo, el manipuleo, nuestros intelectuales azorados ante la situación, la indefesión a la que –dolorosamente- nos confrontó Aline Pettersson cuando nos relataba la forma en que su país le estaba doliendo…

 

Entonces, este réquiem no va por el próximo voto a ser emitido, éste es un réquiem por el voto de 2006.

 

Allí comenzó el fraude y aún no ha terminado. 

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