Del letargo y otras opciones


Un hartazgo social generalizado campea en el ambiente. Un escenario deseable -aunque quizá no suficiente- tendiente a un cambio radical exige de nosotros, tres cosas básicas: 1) Activar las neuronas, 2) Involucrarnos activamente en el entorno, 3) Suspender a ratos la crónica de nuestra novela personal (con sus paroxismos).

Aunque existe también, siempre, la opción de seguir en el letargo. El letargo es cómodo y, sin duda, es un buen asidero (no veo por qué prescindir de él permanentemente), pero el letargo también narcotiza, paraliza, ataruga. Sustraernos al letargo no es -como sofísticamente se sostiene- convertirse en un agitador de tiempo parcial o convertirse en un cuate que sabe quejarse bien de todo. Pero despertar del letargo es sólo el principio; sin embargo tal despertar hace gala de una bondad inconmensurable: nos coloca frente a nuestra civilidad y frente a ese proceso civilizatorio que, al paso de los siglos, ha terminado por cuajar en esto que hoy conocemos. Creo que, si logramos aprehender el espíritu de nuestro tiempo con todo y sus bemoles, estaremos en capacidad de aspirar al balance.

Es cierto también que –como un amigo me ha hecho reflexionar- el hombre tiende a pensar que le ha tocado vivir en la más deplorable de todas las épocas de la Historia humana. Pero también es cierto que es justamente esa asunción la que le permite anhelar más. ¿Qué sería de nosotros si no tuviésemos sembrada la semilla de la perfección?, ¿qué sería de un hombre sin sueños?, ¿qué sería del hombre si, alérgico a la autocrítica, se complaciese rápidamente de todas sus acciones?

Los filósofos, los creadores de ideas constantemente someten al implacable juicio de la razón el escenario histórico de que son testigos. Una cosa es, sin duda, apreciar la belleza en las cosas y una muy distinta omitir la fealdad. Si esto último nos ocurriera sincrónicamente, nuestra percepción del mundo quedaría reducida a una especie de neoplatonismo.

Es preciso, pues, no desentendernos de nuestra maldad.

Una vez asumido el carácter bipolar de nuestra civilización y de nuestra especie, no nos queda sino intentar asir la luz en medio de las sombras.

Hoy vivimos frenéticamente en aras del progreso, hoy buscamos todos los medios posibles para el logro de nuestros bienestares. En la consecución del objetivo, hemos perdido de vista el motor inicial que nos mueve hacia ese objetivo. En la persecución de nuestros sueños, hemos olvidado que no vamos solos en la marcha y que, rezagados, muchos otros siguen -aún- en el camino.

Este hartazgo es revertible si colectivamente asumimos revertirlo y dejamos de esperar el milagro.

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